viernes, 29 de noviembre de 2013

Metido en un brete

Conjeturas de puro aficionado que soy

El título de este artículo es totalmente literal y no conceptual como se podrían haber imaginado, porqué tiene que ver con una particularidad que se relaciona directamente con cómo y desde dónde volamos y educamos a nuestros palomos de trabajo.
Y sí, ya estoy metido en este brete, o mejor dicho, a la adaptación del diseño y construcción del mismo.
Esto comenzó cuando mi amigo Leo, -híper aficionado a los buchones de trabajo-, que rediseñó e hizo construir su nuevo palomar con una plataforma a mayor altura y un práctico mirador cubierto, me encargó que le armara algunos bretes desde los cuales volar sus palomos de trabajo. 

Leo conocía mi afinidad por el diseño y construcción de estos bretes de estructura de madera, material con el que construí los míos de los cuales vuelo mis palomos, y que por supuesto accedí de buena gana.  Tanto Leo como yo criamos y volamos esta línea de palomos desde hace más de diez años y creo que vale la pena aclararlo, pues meterse en estos bretes es para mí muy divertido.
Cuando la obra del nuevo palomar Kamikaze, estaba casi concluída tomamos las medidas de la plataforma superior y decidimos la cantidad y el tipo de bretes que se irían a poner en su perimetro.
Primeros bosquejos a lápiz en el relevamiento que hicimos en la plataforma del palomar y su resolución en Illustrator CS4 para definir medidas y ubicación de los bretes. "U" uni, "D" dúo.

Cuando llegué a mi estudio y me senté frente a la computadora con las anotaciones a lápiz que previamente habíamos acordadado con Leo, recordé los primeros “bretes” que hacía cuando tenía nueve años, edad en que tuve mi primer paloma. 
Recuerdo que los dibujaba en la calle recién concretada y carente de tránsito, con pedacitos de ladrillos, de los blandos, meticulosamente escogidos, como si fueran de  grafito 2B. Los módulos por paloma o yunta me lo mensuraba el conocido cajón de manzanas que le pedía al verdulero del barrio. El alambre de gallinero, sostenido con clavos recuperados hasta el cansancio, hacía de frente y una puertita, también de madera, sostenida con bisagras inventadas con rectangulitos de cuero, comúnmente lengüetas de zapatos viejos, - que descubríamos devaluados por los potreros del barrio - , que en fraudulenta escuadra permitía el escape y encierro de nuestras palomas. ¡Qué feliz me hacía pensarlos, construirlos y…lo más importante, ocuparlos!

En la web encontré estas imágenes que ilustran en buena medida lo que les estoy relatando.

Volví al presente, ¡Uf!, cuando terminé los planos de los bretes –Uni y Dúo – como los bauticé en los archivos, Illustrator CS4 mediante, me puse a calcular los materiales que me harían falta para construirlos.
Y para no aburrirlos con palabras, les voy a poner las fotos que les fui haciendo a los bretes de mi amigo Leo con sus epígrafes explicativos. El entusiasmo sigue intacto como las juveniles ilusiones, y todo eso gracias a nuestros palomos que son el motor, el verdadero incentivo para seguir disfrutando esta bella locura que es nuestra afición. 

 

 Modelo -de madera- para armar

Hago la salvedad porque hay muchos aficionados que hacen sus bretes de chapa, cosa totalmente respetable, igual que el tipo de palomas que crían, cada cual debe tener lo que lo hace feliz, eso no se discute. Antes que nada el respeto y no creerse dueño de la verdad absoluta.
Personalmente me quiero referir al legado de los cajones de manzana, que en mi infancia y juventud, fue la inicial madera que abrigó a mis primeras palomas. Creo que la madera es un material noble, renovable, sano, sostenible, grato y estético, siempre dándole un adecuado tratamiento para una mayor conservación.
Pero además, me gusta como lucen mis palomos contra el fondo veteado y cálido de la misma.
Por supuesto, el machimbrado de los techos está protegido con chapa, igual que los pisos y bandejas por estar más en contacto con la humedad.
1- Planos del brete Uni y del brete Dúo / 2- Vista de la estructura del brete Dúo, sin techo ni red. / 3- Vista de la cachapera de la derecha con su puerta principal rebatible.

4- Vista de la plataforma de la trampa con su red oculta bajo la piquera. / 5- Vista de la puertta secundaria. / 6- Vista interior cachapera derecha. / 7- Con el palomo de trabajo en el interior.
8- Techo desmontable de la plataforma con trampa. / 9- Probando la red, que cierra hacia arriba. Hecha artesanalmente y a medida. / 10- Modelo Dúo terminado.
Mi amigo Leo Puccio desde la plataforma de su nuevo palomar.
Y ya ven, diseñar y construir este tipo de bretes donde van a  habitar , se supone por varios años, nuestros ejemplares y desde donde los mismos harán una parte importante de su trabajo para anidar a sus conquistas, y que además, éstos sean estéticamente lindos, cálidos y durables, tendrán que estar en perfecta  armonía con los palomos, los cuales se encargarán de  demostrarnos que estar metidos en estos bretes, no es para cualquiera.


Colofón con más vuelo 

Quiero cerrar este artículo, con la parte de un correo que me envió mi amigo Pedro González, el Tordo, como lo bauticé,  bacteriólogo, escritor y poeta de la vida y...palomero en su juventud, allá en Cuba, en respuesta a las imágenes de estos bretes que  también le mandé.
Todo sirve para comunicarnos con palabras e imágenes, gestos en definitiva cuando no podemos abrazarnos. Cuánto es más de lo que aparenta ser...bretes, palomas, proyectos, sueños...
Que cada uno saque sus conclusiones si creen que vale la pena. Gracias Tordo. 
Aquí va.


Hola Sacco

Nunca tuve una cajonera así.
Me imagino en un Rincón esperando que el Azul encajone la buchona.
El Corazón comienza a latir..........la buchona vuela a la azotea..........el Azul a su lado.......de Nuevo a la Cajonera ......el nylon en la mano..........la mano sudorosa .....la buchona no quiere entrar ..........se suspende la respiración..........la Adrenalina corre.......el Azul llama desde adentro ....AHUUUUU.....AHUUUUU..............

Qué bueno que me salí.........Qué bueno que entró.............ya la tengo en la mano.........casi me mata del Corazón............! Que buchona mas linda!.........! Qué cajonera más cojonuda!....Te felicito Sacco..........

el tordo






martes, 19 de noviembre de 2013

La vida es puro cuento...

  
Quizás un relato sea la excusa para seguir contando vivencias de una pasión palomera que tiene que ver con parte de mi vida. Cuando volví a la afición, después de 32 años sin la paloma, estaba por cumplir los 51. En el año 2000 empecé a soñar con el palomar que tenía en mi casa paterna del barrio Don Bosco. Soñaba que subía a la terraza con la alegría de ver mis palomas, en especial un palomo inolvidable, el Canela, pero cuando estaba frente a los bretes, estos estaban vacíos.  
Como una manera de traerme aquellos momentos felices de mi niñez y adolescencia a la actualidad - terminaba el año 2000 - , fue que decidí buscar el Canela para encontrar a través de él las ilusiones que son el motor de la vida y que no deseo perder nunca a pesar de los años vividos...y en esa búsqueda, y no por casualidad, me encontré con este cuento...





El Canela


Sábado de mil novecientos sesenta y tres.

   Manteca, el alias que le adjudicó el tano Mario por no atreverse a trepar al desocupado mástil de la placita donde se jugaban los picaditos con la Pulpo, con arcos chicos, inventados a los pálidos e inmutables bancos de granito, donde había que ser muy, pero muy hábil para hacer los goles y muchas veces de lejos.

  Manteca era un pibe de catorce años. Cursaba segundo año del Comercial y desde hacía casi cuatro años criaba palomas buchonas.
Nunca le habían gustado mucho las matemáticas ni la contabilidad por lo que buscaba algún paliativo mental que mechaba entre logaritmos y balances con la cría de estas aves que lo entretenían. 
En el barrio había unos cuantos que cultivaban la afición; Pelusa, el diarero, Virgilio el cuidador de la Canchita Maderera, que tenía palomos gorgueros, todos de color blanco firmes.  El Gallego, un señor mayor, que veíamos siempre en camiseta que alguna vez debió haber sido blanca y con su constante boina negra, que además de muy lindos buchones  criaba unas palomas de grandes carúnculas que nos decía eran mensajeras belgas. Otro criador era también alumno del Comercial de Ramos que andaría por cuarto año y que criaba buchones muy bonitos. Había más aficionados por los alrededores, generalmente personas mayores  y también algunos más chicos que se entusiasmaban y se ponían a criar, como Miguelito, todo un personaje parecido a un pajarito. Las piernas de Manteca, que cuando se ponía los cortos hacían recordar a Olivia, la amada de Popeye, eran dos columnas dóricas al lado de las de Miguelito a cual las medias de fútbol, aunque se las pusiera de a tres pares y sostenerlas infructuosamente con ligas, siempre estaban más abajo que los botines. Eran como si las pobres se quisieran sostener sobre el palo enjabonado, aquel juego de las itinerantes kermeses barriales. Manteca lo apreciaba mucho. Había también un tal Ciraolo, amigo de Miguelito que se había entusiasmado con las palomas. Su padre que era político, se comentaba, había sido tiroteado y muerto en su casa.
Esas noticias eran para los chicos del barrio anecdóticas, como los sucesos que desde Radio Colonia impostaba Ariel Delgado. A los chicos les interesaban los picados en la placita y en la Maderera, mirar las series en blanco y negro, de aventuras en la televisión, los dibujos animados, el Club del Clan, salir los fines de semana a intentar que de vez en cuando ligar la sonrisa de alguna jovencita.
Y a los palomeros ver sus palomos cruzando por el cielo del barrio Don Bosco, ubicado en el Partido de la Matanza.

Manteca no tenía palomos buchones que se destacaran como los de Virgilio, Pelusa o el Gallego.
A la tardecita, después de hacer las tareas del Comercial y releer las lecciones de historia, geografía o zoología,  - su materia preferida - subía a la terraza para ver si ya estaban pateando los muchachos. Desde la terraza de Manteca se podía observar parte de la canchita Maderera. Cuando en el arco que daba de espaldas a su casa estaba ocupado por algún émulo de Roma o Carrizo, se suponía que “había pelota”, entonces ir a patear era parte impostergable del deportivo ritual.
En esas tardes formaban parte del cielo futbolero los palomos gorgueros de Virgilio que volaban y se posaban sobre el tanque de agua de su casa, la sencilla casa del canchero, siempre de punta en blanco como sus palomos y las marcas de cal que redibujaba con su magullada regadera.  La carga inmaculada, revuelta hasta el fanatismo, la llevaba en un tacho abollado sobre la carretilla destartalada cuya rueda metálica le chirreaba la falta de grasa, los sábados a la mañana, sobre el césped inconcluso de la canchita.
Otras veces, sentido del viento de por medio, se escuchaba el plá plá plá plá del palomo Overo de Pelusa que batía alas a la conquista de alguna criolla. Pelusa vivía a media cuadra. Su casa se veía perfectamente desde la terraza de Manteca y la mayoría de las veces, al descubrirse, con los brazos en alto se adivinaban los saludos.
El overo, era también famoso en el barrio, Pelusa se lo había comprado a un cliente de él que vivía cerca de la estación de Ramos Mejía por donde solía hacer el recorrido en su bicicleta de reparto, seguramente añorando en el trayecto su época de ciclista. Manteca lo fue a ver correr un par de veces, pues todavía Pelusa seguía despuntando el entusiasmo por las carreras de bici. En esas reuniones sólo se escuchaba hablar de tubos, cambios, cuadros, pelotones y afines, con la infaltable presencia de Chuenga, un verdadero personaje que le endulzaba la tarde a los presentes, incluso a los que se llevaban alguna que otra peladura en su humanidad.

En ese tiempo,  había un palomo que les quitaba el sueño a todos los palomeros del barrio,  era el Negro del Gallego.
Manteca se detenía hasta en los picados de la placita cuando pasaba el Negro, verlo volar, armarse, planear sobre los palomares del barrio y volver a su exclusiva atalaya, la torre de Matías. Una torre que remataba en un pico donde ese oscurísimo palomo era el único rey.
Ningún palomo buchón paraba en ese lugar como si respetasen ese trono por demás inalcanzable y reservado al ejemplar de la más noble y brillante estirpe.
La torre de Matías quedaba a una cuadra y media de su casa.
Manteca quería llegar a tener un palomo de esos y estaba ahorrando las monedas para comprarle al Gallego un palomo, de ser posible, parecido. Le faltaban  algunos centavos para reunir la cantidad necesaria.  Ese sábado del sesenta y tres a la noche, no podía dormirse. Al otro día iban a venir de visita la abuela Lucía de Saavedra,  madre de su mamá Elisa y su tía Maruca a comer a su casa y el hecho lo hacía sentir como en víspera de Reyes.

Manteca tenía gran cariño por su abuela y su tía, estaba casi seguro que ellas iban a ayudarlo para completar el faltante que lo iría a convertir en poseedor de un palomo de esos.
El sábado a la mañana se despertó mucho más temprano y a cada rato salía a la vereda a mirar si por la calle Colombia, pasando como tres cuadras la casa de Matías, el de la torre, venían las dos reinas magas de visita y en su ayuda…
Después de los besos perfumados, con esa fragancia tan particular que usaba la abuela Lucía y con las monedas contantes y sonantes que iban a  realizar las ilusiones postergadas por varias semanas se fue corriendo a la casa del Gallego.
De pronto, algo agitado, se encontró siguiendo a ese señor robusto de andar cansino, con su camiseta casi blanca y su boina negra a través del patio emparrado, rumbo al fondo de la casa donde se escuchaba el arrullo de las palomas, que parecía lo estaban recibiendo y vivando por su logro. Iba a tener en su palomar un buchón de los buenos.

El Gallego va a una de las jaulas y saca un palomo que a Manteca le pareció de un color singular, que nunca antes había visto. El Gallego le dijo que era un palomo joven de tres meses que ni bien se aquerenciara a su nuevo palomar lo iba a poder volar.
Así fue que Manteca, después de pagarle al Gallego volvió corriendo a su casa sosteniendo con cuidado al palomo en sus manos.
Cuando llegó lo mostró orgulloso a su madre, abuela y tía, la cual le dice: -¡ Qué lindo, es un canela ! -.

Así fue que la tía Maruca lo bautizó cromáticamente para siempre, el Canela.

Al tiempo el Canela empezó a hacerse conocer en el barrio entre los criadores.  Los plá plá plá plá del Overo de Pelusa empezaron a mezclarse con los del Canela que en su jaula, tal vez, no era tan llamativo, pero que cuando volaba no tenía nada que envidiarle a ningún palomo de la zona. O sí, al famoso Negro del Gallego.

Manteca no sólo se desentendía del picado para ver al Negro, ahora había en el cielo otro color para disfrutar.
Pasó el tiempo, en los años sesenta  el tiempo no pasaba tan rápido. Durante esos años consiguió otros palomos muy lindos. Llegó a tener el Overo de Pelusa que le cambió por  pichones de un Chocolate que le compró al cliente de Pelusa, el cercano a la estación de Ramos Mejía. Pero como el Canela no volaba ninguno de esos palomos.
Era la época donde la secundaria y las chicas , más que nada estas últimas, requerían más dedicación.
Cierto día se produjo en la vida de Manteca la concreción de un encuentro, una jovencita había despertado su interés y necesitaba algún dinero, por lo menos para el colectivo y la coca. Y no tuvo mejor idea que llevar a la pajarería al único palomo que sabía le iban a comprar, el Canela.
Seguro esa cita era muy importante para tal acción, pero haber vendido al palomo no la justificaba. Ya era tarde. Se sintió muy mal y durante un tiempo se la pasó mirando al cielo pero sólo veía al Negro del Gallego floreándose, ahora sin competencia,  en la torre de Matías, desde donde se lanzaba a sus seductoras incursiones aéreas en busca de palomas perdidas...

Después de tres o cuatro meses, durante el picado de la Placita del solitario mástil, Manteca se quedó inmóvil mirando al cielo, como si de pronto se hubiese olvidado la jugada que quería hacer, como si un intenso calambre le hubiera paralizado todo el cuerpo. Cuando vió que una paloma de un color parecido al que estaba acostumbrado a ver en las alturas, pero sin buche, ni postura, se precipitó literalmente en su terraza. - ¡El Canela! - gritó, y salió corriendo como si el pase gol hubiera sido para el lado de su casa.
Cuando subió a la terraza, vió en el casillero del palomar que quedó vacío al Canela, flaco, sucio, como si hubiera estado criando. Hambriento y sediento. Vaya a saber de donde vendría...
Manteca lo agarró, lo miró cuidadosamente y se lo puso en el pecho como queriendo pedirle perdón por tan alta traición. Lo acarició y lo vovió al casillero para que siga saciando su hambre, su sed y el gusto de haber encontrado  su  antigua querencia.
Fue increíble como el Canela lo sedujo de nuevo a retomar la afición. Pronto lo volvió a ver volar, ya repuesto, con su color entero, tragándo aire y mirando para la torre de Matías.
Cada vez que emprendía el vuelo el Negro, rápidamente el Canela ya estaba en el aire, armado, fuerte y seductor, lo que hizo que Manteca le construyera un brete con trampa, cosa que hasta el momento no había hecho.  En el barrio no se competía para ver quien atrapaba más palomas, sino por cual  palomo estaba más tiempo volando. Pero ese día cambió de parecer porqué desde siempre, todos querían cazar al Negro del Gallego.

Naturalmente el Canela se apropió de su nuevo habitat y demostró de verdad ser tan seductor como volador.
Pero el gran momento fue una tarde en que Manteca estaba estudiando en la cocina de su casa mientras su madre Elisa planchaba, cuando escuchó el plá, plá, plá, plá del aleteo del Canela, el único palomo que tenía suelto y no supo porqué, casi arrojó el libro de zoología sobre la mesa y subió a la terraza alternando escalones como si la gravedad no existiese.  Y lo que vio se asemejó a un maravilloso sueño, alguna vez soñado despierto. El Canela venía planeando y el Negro del Gallego lo seguía. Ambos dieron unas vueltas pero rápidamente el Negro volvió a su trono y el Canela a la pared de la terraza.
Frente al palomar, Manteca tenía una especie de altillo  con una puertita de tres hendijas para ventilación , por las cuales se veía sólo el piso del palomar, pero entreabriendo la puerta, se podía apenas atisbar la trampa donde “trabajaba” el Canela. La trampa no tenía ningún hilo para cerrar la red, sólo había que esconderse en el altillo, espiar por la puerta entreabierta y ni bien entrara una paloma a la misma, salir lo más rápido posible y tapar con las manos el espacio libre a fin de atraparla. Realmente en el barrio, todos eran conocidos y jamás se capturaban las palomas entre si, por eso la trampa no se había terminado.

Manteca se escondió en el altillo y a través de la puerta veía como el Canela comenzaba a ponerse nervioso y a tragar aire. Se acordaba de las lecciones de zoología sobre las palomas por lo de los sacos aéreos y se imaginaba que los estaba llenando de aire para alivianarse.
Oyó a la distancia el aleteo del Negro a la vez que el Canela levantó vuelo. Salió de su escondite y asomado a la pared vio que los dos palomos se dirigían hacia él. El Canela adelante y el Negro que lo seguía.
Manteca volvió a su escondite como cuando en las series blanquinegras de Combate  empezaba el tableteo de las ametralladoras y en vez del silbido de las balas, sintió como el Canela bajó y arrullando sin interrupción entraba en la trampa, salía y vovía a entrar.

Manteca deseaba ver a través de la ínfima abertura para no espantar al Negro, el Canela seguía arrullando sin parar y era imposible ver si el palomo había bajado. De pronto entreabriendo un poco más la puerta se le ocurrió mirar hacia el tanque de agua, dos metros sobre el palomar y allí lo vio, arrullando, con su buche negrísimo y tornasolado como de seda.  Entrecerró de nuevo la puerta dejándo un resquicio ínfimo para ver la trampa.  El Canela seguía llamando desde adentro, se escuchó un corto aleteo y el Negro bajó hacia la boca del cajón. El corazón de Manteca quería también salírsele a volar y cuando vio que el Negro entró en el cajón, abrió la puerta y se lanzó hacia el. Cuando agarró al buchón la sensación fue de plena felicidad, con el palomo que parecía sólo hecho de plumas, liviano, etéreo, como que se le iba a escurrir de entre los dedos, pero a su vez tranquilo y seguro de que había caído en buenas manos. Manteca se despertó de un lindo sueño que se disfruta dos veces. Cuando se sueña y cuando se hace realidad. Comparó al Negro con el Canela y ya no le pareció tan lindo. El Canela lo miraba orgulloso, arrullando y como satisfecho de su faena, obsequiándole a su dueño el regalo con el cual había soñado durante mucho tiempo. Como si se lo hubiera prometido. Como si hubiera vuelto al palomar para concederle esa gran alegría.

Al Negro lo tuvo un día en el palomar, pensando a cuantos le iba a contar y mostrar la hazaña del Canela.
Pero al segundo día se lo devolvió al Gallego que con un frío gracias, se lo llevó hacia el Palomar del fondo sin una palabra más. Manteca se quedó con las ganas de decirle que se lo había cazado con el mismo palomo que él mismo le había vendido. El Canela.
Durante un tiempo la torre de Matías quedó sin su brillante Negro. Quizás ésta lo haya también extrañado.
El Canela siguió haciendo de las suyas con toda la libertad que se supo ganar.

Inexorablemente los años pasaron y con ella la infancia y la adolescencia. Cuando Manteca entró al servicio militar y las obligaciones en la vida, lo empujaron a cambiar gustos y costumbres, en realidad, esa realidad fue la que se convirtió en un sueño y cuando se despertó nunca supo qué había pasado con su palomar en la casa paterna, ni con sus palomos y por consiguiente, con el Canela.

Dice una persona que lo conoce bien que Manteca anda por las calles mirando siempre hacia arriba. Muchas veces esa persona que lo conoce bien, le pregunta -¿Qué buscás mirando al cielo?- A veces, y cuando tiene ganas, Manteca le confiesa, sólo a esa persona que lo conoce bien... 
...Estoy buscando el Canela.

Fin






Como entré en la afición palomera

 

Un dibujito a mano alzada de mi historia


Corría el año 1956 ó 57. Nos habíamos mudado con mi familia –mi mamá Elisa, Pantaleón, mi papá y mi hermana Luci-, de la quinta de flores de Tapiales a Ramos Mejía yo tenía 7 u 8 años. El barrio, Don Bosco. Barrio de laburantes, la mayoría descendientes de inmigrantes, como mi padre, italiano calabrés…
En esos tiempos era la radio un medio de entretenimiento casi exclusivo para los que no teníamos televisión, donde mi madre nos habituó a escuchar las radionovelas, la mayoría de historias gauchescas y de cuchilleros. Carlos Chiappe, Audón López -el Negro Faustino-, Héctor Bates, Omar Aladio, Adalberto Campos, que interpretaba El león de Francia, los que recuerdo.
A la noche, mientras comíamos escuchábamos programas como El Glostora Tango Club,  los Pérez García, con doña Amalia Sánchez Ariño, ¡Son Cosas de esta Vida! con Nelly Meden y Raúl Rossi y humorísticos como Tatín, personaje de Tato Cifuentes,  Pinocho con Juan Carlos Mareco y la Revista Dislocada de Délfor, los domingos al mediodía.
Cuando mi papá compró el televisor, un Olympic Apolo, fue mágico, a pesar de los únicos dos colores que nos permitía ver, el blanco y negro. Las películas de “convoys”, las historias continuadas del Capitán Maravilla, El Cisco Kid, Annie Oakley, el Llanero Solitario, Los tres Chiflados…
Los dibujitos animados: El Pájaro Loco, El Gato Félix, Bugs Bunny, Las Urracas Parlanchinas, Popeye, Olivia, Brutus, Tom y Jerry, Tweety, cantidad de entrañables personajes que nos divertían y acompañaron tantos años.
Pero había en la tele un programa, que además de entretenerme me hacía volar la imaginación, “Disneylandia”. No voy a nombrar los inolvidables clásicos y actuales personajes de Walt Disney puesto que todos los que lean mi blog, conocerán. 


Disneylandia tenía cuatro módulos o temas, El Lejano Oeste -todavía tengo en mis oídos la voz del locutor con el fondo musical de la presentación-, La Tierra del Futuro, La tierra de la Fantasía, La Tierra de las Aventuras…
Y en este módulo, “La Tierra de la Aventuras”, me detengo para continuar, justamente con “la paloma”. En un capitulo de "El mágico mundo de Disney" de 1958 y se llamaba "The Pigeon That Worked a Miracle" o "La paloma que obró un milagro", -Google mediante- encontré el nombre y la sinópsis: Joven Chad Smith se convierte en un inválido después de un partido de béisbol y se ve obligado a negociar en su pasatiempo favorito para las carreras de palomas. A través de esta afición recién descubierta, desarrolla afecto por una de sus palomas que de repente se va volando con el fin de escapar de un depredador barrio. Filmada en su mayoría en estilo documental, la película cuenta la historia de esta paloma especial y su viaje por todo el campo, antes de su eventual retorno al muchacho que la amó.
De ahí quedé prendado con mis ilusiones de chico a esa historia, deseando tener un ave con esas características de fidelidad a toda prueba.
No recuerdo bien quién me regaló una paloma, de color azul, como la paloma mensajera de ese capítulo. Creo que un compañero de la escuela primaria. La tenía en mi casa en un habitáculo hecho con un cajón de manzanas y cada vez que salía a la casa de los amigos o juntarnos en la placita del barrio la llevaba conmigo, y en el trayecto mantenía una “conversación” con el ave sintiéndome de esta manera el protagonista de la película.
Un día, en una de esas salidas con mi inseparable mascota, fui a la casa de mi amigo Juan Carlos, y su padre, que era aficionado a las palomas buchonas, me dijo, ¡es un buchona!.
De ahí en más, la paloma buchona entró para siempre en mi vida…